El SEMANARIO RECONQUISTA es el órgano de prensa de la Agrupación Reconquista del Partido Colorado, fundado por Honorio Barrios Tassano y Carlos Flores. Director Prof. Gustavo Toledo.

domingo, 10 de junio de 2012

Batlle y el Espiritualismo

Por Gustavo Toledo

En 1956, con motivo de cumplirse el primer aniversario del nacimiento de Don José Batlle y Ordoñez, el diario ACCIÓN editó una publicación en su homenaje (“Batlle. Su vida. Su obra”) conteniendo una serie de monografías de gran valor histórico y formativo. Catorce personalidades de nuestro medio (José Serrato, Antonio Grompone, Ovidio Fernández Ríos, Carlos Rama, Enrique Rodríguez Fabregat, Carlos Maggi, Adela Reta, entre otros) prestaron su pluma a tan valioso emprendimiento, refiriéndose a diferentes aspectos del pensamiento, vida y obra del homenajeado. De todas ellas la más enriquecedora es desde mi punto de vista la del profesor Arturo Ardao dedicada a analizar las ideas filosóficas de Batlle y Ordóñez, por cuanto se encarga de demostrar la falsedad de la filiación positivista que muchos le atribuyeron, y, al mismo tiempo, presenta pruebas concluyentes que indican su adhesión al espiritualismo de base racionalista y en especial su cercanía con el krausismo a través de la obra de Heinrich Ahrens.

Gracias a Ardao, sabemos que el krausismo, un sistema filosófico innovador en el campo del racionalismo espiritualista al que Karl Christian Friedrich Krause (1781-1832) llamó racionalismo armónico[1], influyó significativamente en la conformación del ideario batllista. Como veremos luego, las pruebas siempre estuvieron a la vista. Sin embargo, hasta mediados del siglo pasado –en rigor, hasta que Ardao se interesó en el tema y disipó las sombras- primó una lectura errónea acerca de las raíces filosóficas de Batlle y Ordóñez, que en algunos casos pretendía emparentarlo con el positivismo, una corriente con la que no sólo nunca simpatizó, sino que además cuestionó y combatió ardientemente en su juventud.     

Como se sabe, con la llegada de los inmigrantes europeos a nuestro país a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, arribaron las corrientes filosóficas en boga por aquel entonces en el Viejo Continente -el positivismo, el socialismo y el espiritualismo racionalista-, que dividieron las aguas de aquella inquieta generación de jóvenes intelectuales que integró Batlle y Ordóñez, junto a figuras de la talla de Eduardo Acevedo, Martín C. Martínez y Juan Zorrilla de San Martín, entre muchos otros. 


Es en esa época que se sientan las bases del pensamiento batllista, y en especial a partir de su cercanía con una de esas corrientes: el krausismo.

Batlle y el krausismo

Para Miguel J.Pujol, un político e investigador argentino interesado en la obra de Don Pepe, el krausismo “fue una respuesta a los movimientos absolutistas y a los socialistas; buscaba modificar el derecho civil en sus aspectos más crudamente individualistas y construir una sociedad donde se mantuvieran los principios del derecho natural, de la individualidad y de la libertad, y en la que la distribución de la riqueza fuera más justa”[2].

El krausismo ingresó en el Uruguay -y en toda América Latina- a través de los representantes belgas de esta corriente. Los trabajos de Heinrich Ahrens (1808-1874) y Guillaume Tiberghien (1819-1901), en especial el primero, conocido principalmente por su obra “Curso de Derecho Natural”, despertaron al mismo tiempo la adhesión de los sectores liberales y el rechazo de los círculos católicos. Uno de los jóvenes liberales “seducidos” por esta corriente renovadora y ecléctica fue precisamente Batlle y Ordóñez, quien tomó contacto con las ideas krausistas a través del profesor Prudencia Vázquez y Vega[3], amigo personal y figura clave en su formación intelectual y filosófica.

Vázquez y Vega dirigió un grupo idealista del que Batlle y Ordóñez formó parte. Se opuso al positivismo por considerarlo defensor de una moral relativista que llevaba a apoyar regímenes autoritarios, como los presididos por el Coronel Lorenzo Latorre y el General Máximo Santos. “Predicaba la supremacía de los principios morales y pedía a los empleados públicos que dejaran de trabajar para tales gobiernos. Confiaba en que la parálisis resultante produciría la caída del gobierno usurpador. Los artículos de Vázquez y Vega subrayaban que el gobierno absoluto y la religión organizada, especialmente la Iglesia Católica, impedían la libertad de conciencia y la soberanía del pueblo”[4].

En “Lorenzo. El mundo intimo del primer Batlle presidente”, un valioso estudio biográfico sobre la figura del General Lorenzo Batlle, su autor, Marcos Cantero Carlomagno, transcribe parte de la correspondencia intercambiada entre Batlle y Ordóñez, su padre y parte de su familia a lo largo del período 1879-1886 -período fermental, y, por curioso que parezca, muy poco estudiado hasta el momento-, en la que se atisban sus tempranas inclinaciones en materia filosófica.

Precisamente, en una carta fechada en París el 2 de mayo de 1880, Batlle y Ordóñez le cuenta a Don Lorenzo su interés en “especializarse” en el “Derecho Natural”. Dos meses después, exactamente, en otra misiva, dirigida en este caso a William Young -esposo de su prima Carolina-, se explaya sobre sus tendencias filosóficas y su impedimento para relacionarse con sus amigos seducidos por el comtismo. “Una de las cosas que al principio me desmoralizaron un poco fue el encontrarme sin amigos con quienes cambiar ideas y recordar lo que se lee en los libros. El que vino conmigo y los que encontré aquí, a pesar de todas mis esperanzas no podían servirme para este objeto, pues aunque no les falta ni inteligencia ni dedicación al estudio, las ideas positivistas de Auguste Comte, que con un poco de precipitación, a mi modo de ver, han admitido, los ponía con una situación tal con respecto a mí, creyente en la metafísica, que toda comunicación degeneraba en discusión y toda discusión en disputa”, le escribe. Y, más adelante, agrega: “Mi padre siempre me ha reprochado, en parte con mucha razón, que no sea bastante metódico. Me acusa de leer muchos libros. Yo creo también […] bueno y dedicándose a profundizarlo bien se saca mucho provecho; pero me ha sucedido siempre (y particularmente ahora último, en Montevideo, con un curso de Derecho Natural de un autor alemán) el verme arrastrado, por la lectura atenta de un buen libro, a estudios superiores a mis fuerzas por su extensión y asunto, de modo que el remedio es lo que da más energía a la enfermedad”. El libro al que Batlle y Ordóñez se refiere es justamente el de Heinrich Ahrens.

Luego de cumplida su primera presidencia (1903-1907) y poco antes de partir a Europa, consultado por el joven diputado socialista Alfredo Palacios sobre qué libro había influido más en su formación, Don Pepe no tuvo inconveniente en admitir que había sido justamente esa obra: “el Curso sobre Derecho Natural de Ahrens”.

Digo más: en su libro sobre Batlle y Ordóñez (“Batlle, héroe civil”), Justino Zavala Muñiz subraya que “su espíritu se nutre en la lectura y reflexión de un libro que él recordará siempre como la fuente más fecunda de su pensamiento político: ‘El Derecho Natural’ de Ahrens, profesor de la Universidad de Bruselas, (que) orientará desde entonces su criterio sobre el Derecho y le servirá muchas veces de guía en su vida”[5].

Ardao se hizo eco de este testimonio consignándolo en su obra "Espiritualismo y positivismo en el Uruguay" (1950) y luego en "Batlle y Ordóñez y el positivismo filosófico" (1951) en el que cita varios testimonios relevantes sobre este punto y aporta uno especialmente valioso, la copia facsimilar del autógrafo de Batlle, estampado en el libro de Ahrens: “Este ejemplar de la obra de Ahrens me ha sido regalado por Areco. Es un obsequio que aprecio mucho, porque en esta gran obra he formado mi criterio sobre el derecho y ella me ha servido de guía en mi vida pública” (J.B.O. 1913)[6].

Pero esta obra no apareció sola, como un libro aislado, sino que “formaba parte de un conjunto de textos filosóficos en los que predominaba la teoría de una sociedad más libre, con hombres y asociaciones que podían encontrar, gracias a su voluntad y a su razón, casi siempre en lucha con el poder y dogmatismos que no querían conciliarse con la autonomía humana, nuevos caminos para propuestas de justicia. Ahrens es, naturalmente, impensable sin el krausismo, y sólo con él las páginas de su libro se iluminan adecuadamente”[7].

Para el profesor Luis V. Anastasia, “el contenido fundamental de los prefacios de Ahrens a su ‘Curso’, como tantos textos de Krause y de Tiberghien, como el compromiso intelectual y político de los jóvenes de la Generación del Quebracho, y de Martí, de Hostos, de Francisco Madero, de Irigoyen, trae al centro de la reflexión una grave situación política, una perturbación, un ejercicio antihumano del Estado a través de algunas de  sus formas de poder. Y trae también la necesidad de responder a ese poder y a sus medios violentos […], no sólo con el recurso extremo de la revolución, de un movimiento de resistencia global, sino sobre todo con el proyecto de otra sociedad, de una revolución sostenida a lo largo del tiempo –Krause la llama orgánica-, creadora de mejores formas de vida, abierta a todas las discusiones sobre su carácter y su destino y abierta a todas las formas de asociación pacífica para realizarla”. Y subraya luego: “en medio de un mundo perturbado, el krausismo aporta una visión integral, sistémica y sistematizadora, que le permite ir a un objetivo político y social que en verdad es un fin ético. […] La teoría consiste en la justicia adoptada como principio general del derecho. Una justicia que asegura el orden exterior en las diferentes tendencias de la sociedad, que asegura a todos los ciudadanos espacios libres de expresión y de lucha legítima en el marco de la ley que garantiza el sufragio. Sin esta forma primera de la justicia, la justicia del libre acceso de todos, para el logro de fines, la justicia de la representación democrática, no podrá haber acceso a otras formas de justicia. Cuando Batlle dijo: ‘Nuestra obra es de justicia para todos…’, se estaba refiriendo en primer término a esta justicia fundacional y de apertura a las otras formas de justicia, y estaba nuevamente citando la fuente filosófica que lo inspiraba”[8].

Volviendo a Ardao, según él “es forzoso” tomar la obra de Ahrens como la principal fuente de inspiración de Batlle y Ordóñez en el campo de la filosofía práctica, por cuanto “el citado autógrafo resulta confirmado al confrontarse su acción de político y de estadista con el contenido doctrinario de aquella”.

Desconocer la verdad que emana de los hechos constituye un grave error, que no sólo alimenta desgraciadas y reiteradas confusiones acerca de las bases del ideario batllista y el propósito que animó a su impulso reformista, sino que habilita a establecer falsos parentescos y asociaciones erróneas como las que algunos insisten en realizar entre el batllismo y el positivismo o entre el batllismo y el socialismo marxista.

Por todo esto, rescatar este trabajo del profesor Ardao y compartirlo con nuestros lectores constituye un pequeño aporte para la debida comprensión del pensamiento batllista, así como el de su descendencia también influido por los preceptos krausistas. Un aporte pequeño, reitero, pero necesario en tiempos de relativismo moral y materialismo hegemónico como los actuales, en los que reina el desconcierto y cualquiera se proclama batllista. Volver a las fuentes, por tanto, es la mejor forma de recobrar el Norte y caminar en la dirección correcta.


Para bien de la República, y en especial para bien "de nuestros hijos y los hijos de nuestros adversarios".


[1] Pujol, Miguel J.: “Batlle. El Estado de Bienestar en el Río de la Plata”, Catálogos, Buenos Aires, 1996, pág. 29
[2] Ídem, pág. 29
[3] “Prudencio Vázquez y Vega nació el 18 de abril de 1853 en el Avestruz, jurisdicción de Cerro Largo. Después de cursar los estudios escolares, se trasladó a Montevideo e ingresó a la Facultad de Derecho. Inclinado a los estudios filosóficos, se vincula al racionalismo espiritualista, del que se convierte en su figura más representativa por la vehemencia y el apasionamiento con que combatió al positivismo. Integra varios de los centros culturales que florecieron en esa época: el Club Universitario, al que ingresó en 1872, Club Fraternidad, Club Literario Platense, Club Joven América, Sociedad Filo-Histórica y Sociedad de Estudios Preparatorios. El 15 de setiembre de 1877, al constituirse el Ateneo, suscribió sus bases como delegado de la Sociedad Filo-Histórica y del Club Literario Platense. No fue indiferente a la lucha política; el 13 de octubre de 1878, al fundarse “La Razón”, periódico opositor al gobierno de Latorre, compartió su redacción con Daniel Muñoz, su director, Manuel B. Otero y Anacleto Dufort y Alvarez. Desde sus columnas, su prédica filosófica se dirigió a la impugnación del cristianismo y de las religiones positivas. Colaboró ese mismo año en El Espíritu Nuevo, que dirigían Teófilo Díaz y José Batlle y Ordoñez, su íntimo amigo. En mayo de 1879, fue creada a iniciativa suya la Sección Filosófica del Ateneo, de la que fue su primer presidente. Desde el año anterior, estaba a su cargo el Aula de Filosofía de la institución. El 3 de julio de 1881, egresó de la Facultad de Derecho, doctorándose con la tesis: Una cuestión de moral política, tema que constituía el fundamento de su actitud, contraria a toda colaboración con gobiernos que como el de Francisco A. Vidal, no provinieran de la libre elección popular. Al año siguiente, enfermo, se trasladó a Minas donde falleció el 7 de febrero de 1883. José Batlle y Ordoñez trasladó su cadáver a Montevideo; se lo veló en el Ateneo. [Colección de Clásicos Uruguayos, Volumen 93, “Prudencio Vázquez y Vega. Escritos Filosóficos”, Biblioteca Artigas, Montevideo, 1965, pág. XXI]
[4] Vanger, Milton: “El país modelo. José Batlle y Ordóñez 1907-1915”, Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 1980, pág. 311
[5] Zabala Muniz, Justino: “Batlle. Héroe civil”, Colección Tierra Firme, Fundación de Cultura Económica, México, 1945, pág. 28
[6]  Andreón Roberto, “Humanismo Batllista”, Arca, Montevideo, 1996, pág. 31
[7] Anastasía, Luis Víctor: “La ideas filosóficas que influyeron en la formación del Uruguay Contemporáneo. Krause-Ahrens-Tiberghien. Estudios y selección de textos”, Serie de Cuadernos Fundación Prudencio Vázquez y Vega, Montevideo, 1988, pág. 24
[8] Ídem, pág. 25



IDEAS FILOSÓFICAS DE BATLLE


Por Arturo Ardao (*)

El interés del tema de las ideas filosóficas de Batlle resulta de una doble circunstancia: en primer lugar, su vocacional dedicación a la filosofía hasta el momento de su iniciación en política que ocurrió recién a los veintiocho años de su edad; en segundo lugar, la equivocada atribución de una filiación positivista comtiana que durante mucho tiempo se hizo a su acción pública y a su ideario político y social.

Por esa doble circunstancia, a la vez que por razones de orden lógico, corresponde separar en el tema dos aspectos: las ideas de Batlle en el campo de la filosofía general, y las ideas de Batlle en el campo de la filosofía aplicada al derecho, la política y la sociedad.

I
LA INICIACION INTELECTUAL DE BATLLE

En el campo de la filosofía general, las ideas de Batlle pueden ser establecidas con referencia a estos distintos periodos de su vida: hasta 1881, el año en que ingresa a la vida política; de 1881 hasta 1893, el año en que se cierra en el país el ciclo de polémica entre las escuelas filosóficas del espiritualismo y el positivismo; y de 1893 hasta su muerte en 1929.

El primer periodo tiene el interés de ser el que abarca la preferente dedicación a la filosofía que caracteriza a la juventud de Batlle, traduciéndose en escritos e intervenciones académicas. Es el periodo de su formación filosófica, con precisas definiciones a propósito de los antagonismos doctrinarios de la época.

La iniciación intelectual de Batlle coincidió con la entrada al país en un excepcional momento de lucha entre fuerzas filosóficas y religiosas, cuyo conflicto, planteado de años atrás, llega entonces a su apogeo. Este apogeo se produce entre los años 78 y 80, cuando aquellas fuerzas se presentan igualmente renovadas en sus elencos directivos y en sus medios de acción. Son ellas, ante todo, el catolicismo, el racionalismo-espiritualista y el positivismo; en un segundo plano, el protestantismo. El 78, año de la iniciación de Zorrilla, lo es también de la de Batlle. Las definiciones filosóficas y religiosas en aquellos años finales de la dictadura de Latorre, fueron tan apasionadas y tajantes como las definiciones políticas. La posición que Batlle asumirá en el cuadro polémico de aquel momento no deja sitio para ninguna clase de dudas.

Recién abandonada su fe católica tradicional, se alista en las filas del racionalismo espiritualista, que acaudillaba entonces, con ardor de apóstol, su gran amigo Prudencio Vázquez y Vega. Este racionalismo, fase final del movimiento racionalista iniciado en la década anterior por José Pedro Varela, luchaba en aquellos años en dos grandes frentes: por un lado contra el catolicismo, y por otro lado, con la misma violencia, contra el positivismo. En la personalidad doctrinaria y combatiente de Vázquez y Vega, la nota antipositivista resulta así tan esencial como la anticatólica. Pues bien, Batlle lo secunda en las distintas esferas de acción del racionalismo, o sea, el diario La Razón, la revista El Espíritu Nuevo y la Sección de Filosofía del Ateneo.

En La Razón publica entonces, en octubre de 1878 y febrero de 1879, sus conocidas poesías “Mi religión” y “Cómo se adora a Dios”, en las que expresa líricamente el sentimiento deísta de la religión natural que el racionalismo profesaba. En El Espíritu Nuevo, que apareció de noviembre de 1878 a setiembre de 1879, vuelve a publicar poesías deístas y un trabajo en prosa sobre “La pluralidad de los mundos habitados”, en el que consigna igualmente sus convicciones espiritualistas. Participa además en forma íntima y activa en la edición de esta revista, cuya definición filosófica es categórica. Refiriéndose a la lucha que quedaba entablada en el país entre el espiritualismo y el positivismo, manifestaba con referencia a un debate sostenido en el Ateneo:

“La seguiremos con el interés que ella inspira; pero desde ya adelantamos nuestra seguridad en el triunfo del espiritualismo. Los positivistas se baten en retirada y se limitan, al menos ahora, a establecer distinciones que no tienen razón de ser. Parece que tienen conciencia de la falsedad del materialismo y no quieren cargar con las consecuencias de este sistema. De ahí su afán por dejarlo a un lado y distinguirlo del positivismo. Sin embargo, han sido poco felices en su primer intento, pues no han demostrado la distinción que pretenden establecer, mientras que sus opositores han probado que ambos sistemas tienen las mismas bases y las mismas aspiraciones”.

LA SECCION DE FILOSOFÍA DEL ATENEO

Esa declaración de la revista es del día 6 de julio de 1879. Apenas cinco días después, el 11 de julio, Batlle tomaba la palabra en la Sección de Filosofía del Ateneo para disertar sobre “La doctrina materialista”. Según la misma revista, dicha Sección de Filosofía, fundada dos meses atrás, había surgido para contrastar la influencia de los que “pretenden hacer triunfar entre nosotros la metafísica del materialismo”.

Vázquez y Vega había sido designado presidente y Batlle vice-presidente. La mencionada disertación de Batlle aparece sintetizada así en las actas de la institución:

“Haciendo uso de la palabra el señor Batlle declara desde luego, que al exponer sus ideas sobre la doctrina materialista prescindirá completamente de los argumentos clásicos con que se la combate; que eran demasiado conocidos, harto manejados para que no fastidiaran a un auditorio sólidamente iniciado en las cuestiones filosóficas. Así, pues, y colocando la cuestión bajo el punto de vista de la certeza, emprende demostrar la absoluta impotencia del materialismo  para establecer de una manera lógica y científica la realidad que se esconde tras todo ese mundo de variadas apariciones a que llamamos fenómenos; para verificar con derecho el tránsito de lo subjetivo a lo objetivo, ese tránsito misterioso, dijo, que ha desafiado por muchos siglos los esfuerzos desesperados del genio. En consecuencia examina el fenómeno de las sensaciones y cuéstale poco establecer su carácter esencialmente subjetivo. Si pues, dice, no hay en nosotros algo anterior y superior a los sentidos; si éstos se resuelven en último análisis (bajo el punto de vista de sus operaciones), en puras modalidades de nuestro yo, ¿en nombre de quién y con qué derecho supondríamos en la realidad un objeto al cual reproduzcan? A menos que se busquen razones en otra parte, el materialismo está invenciblemente reducido al escepticismo. Pero al espiritualista, que reconoce más alto venero de conocimiento que la infecunda y por sí ilusoria percepción sensible, ¿le será dado salir de la desesperante soledad y la duda insoluble en que arroja al espíritu humano la pura subjetividad del sensualismo? Sólo de un modo: aceptando como Descartes lo que se impone como virtud propia al pensamiento, y apelando al Dios que la conciencia percibe en las profundidades del espíritu, ese Dios cuya veracidad no puede cuestionarse sin manifiesto absurdo”.

En noviembre del mismo año 1879 viajó Batlle a Europa, de donde regresó en febrero de 1881. Asistió entonces en París a conferencias y cursos filosóficos. Sus ideas espiritualistas no resultaron para nada conmovidas por su experiencia europea. A su regreso, sus compañeros de la Sección de Filosofía del Ateneo, reducto espiritualista, lo nombraron presidente. Pero casi en seguida se suspenden las actividades de la Sección, la situación política se agrava y Batlle se incorpora definitivamente al periodismo político de combate desde las columnas de La Razón.

ACCIÓN PERIODÍSTICA CONTRA EL POSITIVISMO

Se abre así el segundo periodo de la vida de Batlle que hemos establecido más arriba con referencia a nuestro tema, o sea, el que corre de 1881 a 1893. No volveremos a encontrar escritos, poesías o intervenciones académicas suyas, en materia filosófica, como hasta ahora. Pero encontraremos, en cambio, su participación periodística a favor del espiritualismo, en las polémicas que éste sigue sosteniendo con el positivismo, así como unas definidas manifestaciones en el curso de un debate parlamentario.

En 1881, el grupo espiritualista de La Razón, cuyas cabezas filosóficas eran Vázquez y Vega y Batlle, tuvo varios choques con el grupo positivista, cuyas cabezas en la misma generación eran Eduardo Acevedo y Martín C. Martínez. Redactado por éstos, se implantó en la Universidad un nuevo programa de filosofía, de cuño positivista, bajo la inspiración del rector Alfredo Vásquez Acevedo. Desde La Razón lo impugnó Vázquez y Vega con expresiones como éstas:

“Cuando se ve a los positivistas declarar con toda insistencia, que ellos se encuentran al frente de los progresos contemporáneos que se han conquistado en filosofía, y que los espiritualistas se mantienen aferrados a sus antiguas doctrinas sin procurar nuevas verdades y sin realizar evolución progresiva de ningún género; cuando se les ve pretender que sus doctrinas son el resultado del esfuerzo intelectual  más poderoso de los tiempos modernos, bien nos parece acertado recordarles que Kapila apareció antes que Confucio, que Thales se adelantó a Pitágoras, Bacon floreció antes que Descartes y que los estudios de Augusto Comte han sido sustituidos por los esfuerzos de Paul Janet. Bien se les puede recordar que el positivismo no es más que una nueva faz de la vieja escuela materialista, más antigua en la historia que la filosofía espiritualista que se desprecia y se combate… La aureola de modernismo con que pretende coronarse la antigua escuela materialista para hacer pasar sus doctrinas, está únicamente en el nombre con que el talento de Augusto Comte tuvo a bien bautizarla. Los nuevos adelantos de las ciencias físicas y naturales, que el materialismo ensalza como conquista exclusiva de sus métodos y sus esfuerzos, han servido también a este sistema para presentarse en el mundo científico como un sistema original, creación portentosa del genio moderno”.

Esas mismas, exactamente, eran las ideas de Batlle, tan alejado del positivismo y del comtismo, después como antes de su viaje a París. No en vano en el mismo año 1881, contestándole una carta, le había dicho Vázquez y Vega: “Juzgo acertados sus proyectos respecto de la Sección de Filosofía. Puede Ud. estar seguro de que no seré yo quien dejará de escribir sobre el punto que me indique. Por el momento creo que es necesario combatir a todo trance el positivismo utilitario. Bien suponía yo que si Ud. hubiera estado aquí en el segundo semestre del año anterior no hubieran galleado tanto. ¡Ya tomaremos la revancha!”.

En 1890, después de una década de apogeo del positivismo en la Universidad de Montevideo, se produce una histórica reacción del espiritualismo, impulsada por el Presidente Herrera y Obes. Se derogó el programa positivista de 1881, remplazándosele por el índice del texto de Paul Janet. Ello dio lugar a una prolongada y ardiente polémica periodística. Batlle, director ya de El Día, participó en ella poniendo su diario del lado de la reforma filosófica espiritualista, cuyo promotor en el seno del Consejo Universitario fue el doctor Justino Jiménez de Aréchaga, adversario tradicional del positivismo.

Del abundante material sobre el episodio contenido en las páginas de El Día, destacamos el reportaje que hizo al doctor Aréchaga, presentado así: “El Día, que tiene el propósito de abogar por muchas reformas sociales, ofrece complacido a sus lectores el espécimen de un diálogo con aquel ilustrado compatriota, interesante manifestación de miras y relación de sucesos que señalan con evidencia el camino de las modificaciones a que se someterá nuestra (…) primera institución de enseñanza”. En sección editorial redactada por el propio Batlle, se agregaba:

“Bajo la preclara dirección del Dr. Vásquez Acevedo, la Universidad era un cuartel, y los estudiantes parecían soldados de línea y eran tratados como tales. Las doctrinas positivistas primaban en toda la línea y sus propagandistas estaban satisfechos. Ahora el Dr. Aréchaga, que, sea dicho en su honor, ha sostenido siempre, durante catorce años, el respeto a las leyes y a los reglamentos, de lo que ponemos por testigos a todos los estudiantes, se empeña en restablecer la libertad universitaria y la regularidad de procedimientos. Es natural: los positivistas ponen el grito en el cielo… El reportaje al Dr. Aréchaga, que recomendamos pone la verdad en evidencia y da la medida de la fe que debe prestarse a ciertas vociferaciones alocadas”.

CONCLUYENTES DECLARACIONES DE BATLLE

Dos años después, en junio de 1892, siendo Batlle diputado, en ocasión de discutirse en Cámara una fórmula de juramento en la que se incluía la invocación a Dios, hizo uso de la palabra en estos términos, que sobrarían –a falta de otros elementos de juicio- para descartar radicalmente su supuesto positivismo.

“Haría moción para que se dijese simplemente: “¿Juráis por la Patria desempeñar bien y fielmente el cargo de Convencional para que habéis sido electo?...”. Esto no quiere decir que yo no crea en Dios; pero es indudable que hay escuelas filosóficas, como la positivista, por ejemplo, que no quiere ocuparse de Dios, ni niega ni afirma su existencia; y otras escuelas como la materialista, que niega la existencia de Dios en absoluto. Esta fórmula es una imposición para aquellos que no creen en Dios, o que no quieren afirmar su existencia ni negarla: es una imposición análoga a la que existe actualmente en nuestra Constitución con respecto al que cree en Dios, pero no en la Iglesia Católica. Estas escuelas, la escuela positivista sobre todo, está grandemente extendida; hay, entre nosotros, muchos hombres ilustrados que profesaban esa doctrina. Creo que no debe imponerse ni a unos ni a otros una fórmula que ellos no podrían aceptar”.

Como la moción fuera calificada por alguien de ultra-liberal, Batlle contestó así:

“Creo que el calificativo no le corresponde, que no lo merece: no soy ultra-liberal; soy modestamente liberal, y nada más. Es, en efecto, simplemente liberal, no querer imponer las propias creencias a quien profesa las contrarias; y es liberal también no hacer que escuelas filosóficas completamente distintas a las que uno profesa, tengan que abatirse ante una fórmula impuesta de antemano para venir a expresar un juramento en el recinto de una Asamblea Constituyente. No es simplemente un símbolo. El positivista no quiere hablar de Dios, no quiere mentarlo porque dice que no es asunto de que debe ocuparse. ¿Y por qué hemos de obligar nosotros al positivista a que jure por una entidad a la cual no quiere tener en cuenta su fidelidad a la patria, de que ha de cumplir estrictamente sus deberes…? Pero más allá del positivista está el ateo, que yo creo que puede ser ciudadano y que puede venir al recinto de una Asamblea Constituyente, que no cree en Dios y que no querrá, por tanto, jurar por Dios, ¿y por qué hemos de dar una fórmula que lo excluya…?

“Sobre todo, para mi es muy sencilla la cuestión. Creo en Dios: de manera que no sería ésta una imposición para mí; pero creo que es una imposición para mí; pero creo que es una imposición  para los que no creen, y sobre todo, para una escuela filosófica muy difundida, QUE NO ES LA MIA TAMPOCO, que no cree tampoco en Dios, que no quiere ocuparse de Dios, que no quiere ocuparse de estas cuestiones, considerándolas como divinas, ni considerándolas como naturales, que no se ocupa más que de los términos relativos de la situación de las cosas, y no de las cosas en presente”.

En 1893, con motivo de otro episodio universitario, vuelve El Día a definirse a favor del espiritualismo y en contra del positivismo. Ese año, el ciclo de polémica entre ambas escuelas filosóficas. Es una etapa nacional de paz en esta materia. Pero es también la etapa de ascensión de Batlle a los planos dirigentes de la política y del gobierno. Es natural que lo filosófico pasara en su espíritu a segundo plano. Es natural también –ya lo hemos dicho otra vez que en una época de síntesis filosófica como fue la de todo ese periodo, adoptara frente al positivismo una actitud de tolerancia o de comprensión. Pero sin abandonar nunca sus convicciones espiritualistas, como resulta de diversos testimonios de familiares y de amigos, que hemos recogido en nuestro citado trabajo sobre el tema.

Dos fuentes fundamentales tuvo el espiritualismo filosófico de Vázquez y Vega y Batlle y Ordóñez: el espiritualismo ecléctico francés de Víctor Cousin y sus discípulos, a través de la renovación doctrinaria del mismo que hacia el 70 cumple una nueva generación encabezada por Paul Janet y Eusebio Caro; y el espiritualismo germano-belga de Krause y sus discípulos, a través también de una renovación doctrinaria del mismo encabezada por Guillermo Tiberghien y Enrique Ahrens. Con sus variantes, ambas escuelas se conjugaron en un espiritualismo metafísico de fuerte acento racionalista en materia religiosa, íntimamente ligado al pensamiento político liberal del siglo XIX. Ese espiritualismo formó una mentalidad de vigorosa acción en nuestro país, antes y después de conocerse aquí las teorías positivistas.

II
FILOSOFIA E IDEARIO POLÍTICO Y SOCIAL

En lo que respecta a las ideas de Batlle en el campo de la filosofía aplicada al derecho, la política y la sociedad, se impone una puntualización previa.

El ideario político y social del fundador del Batllismo, y su acción pública al servicio de ese ideario, de ningún modo presuponen, por fuerza, la filosofía espiritualista en la que se formó y por la cual combatió. Lo que como político fue Batlle, pudo haberlo sido también con una conciencia filosófica positivista o con una materialista, para decirlo en los términos de las escuelas que, junto con la que fue la suya, determinaban las definiciones de su época: pudo aún haberlo sido al margen de una conciencia filosófica teórica. Con el espiritualista Batlle coincidieron en la acción práctica –dicho sea a pura vía de ejemplo- positivistas como Eduardo Acevedo y materialistas como Santín Carlos Rossi. No es la primera vez que hacemos esta observación. Sin que por ello variara la acción política que llevó a cabo, sus ideas filosóficas generales pudieron, pues, haber sido otras. Pero a la biografía y a la historia le interesan las ideas que realmente tuvo, no las que pudo haber tenido. Y las que realmente tuvo fueron las del espiritualismo filosófico, como acaba de verse.

Necesario se hace establecer, sin embargo, que aun cuando Batlle hubiera sido positivista – que no lo fue- de ninguna manera su ideario político y social hubiera podido derivar de la escuela positivista de Augusto Comte. Como consecuencia de una leyenda cuyo origen y desarrollo creemos haber puesto en claro antes de ahora, le ha sido atribuida esa filiación doctrinaria a su personalidad política. Pues bien: si hay alguna ideología del siglo XIX con la que resulta incompatible el ideario de Batlle, esa ideología es la del positivismo comtiano, en lo que éste tuvo de filosofía práctica, dirigida a una reorganización general del Estado y de la Sociedad.

En materia política fue Comte antiliberal y antidemócrata, partidario como los fascistas del siglo siguiente, de acabar con el Parlamento, la soberanía del pueblo y la idea de igualdad. Enemigo de los principios del 89, preconizaba una “sociocracia”, intermediaria entre la aristocracia y la democracia, pero reprobando expresamente más a ésta que aquella. Para realizar su sueño de una dictadura republicana, buscó la alianza de los conservadores contra los liberales, y saludó alborozado el golpe de Estado de Luis Napoleón, llamándolo “la feliz crisis que acaba de abolir el régimen parlamentario y de instituir la república dictatorial, doble preámbulo de toda regeneración”.

En materia económico-social preconizó un orden “sociocrático”, basado en la hegemonía de lo que llamó el patriciado industrial. También como los fascistas del siglo siguiente, quiso una sociedad jerarquizada, en la que el proletariado resultase orgánicamente subordinado a aquel patriciado industrial. Pero en este patriciado concibe a la vez una “jerarquía normal” en cuya cúspide están los banqueros: “se eleva de los agricultores a los fabricantes, luego de éstos a los comerciantes para subir por fin a los banqueros, fundando cada clase sobre la precedente”. La sucesión debe hacerse con la trasmisión de la riqueza en el orden familiar. Debe haber libre elección de heredero: “así la herencia sociocrática, lejos de disminuir el poder de los ricos, les es más favorable que la herencia teocrática, aumentando mucho su responsabilidad moral”. En cuanto a la legislación social a partir del Estado liberal, tan característico de Batlle, la rechazaba Comte por entender que retardaba el advenimiento de la sociocracia, prolongando la anarquía.

En materia religiosa hay, desde luego, un abismo entre el deísmo racionalista de Batlle –lo haya mantenido o no hasta el final de su vida- y el culto de la Religión de la Humanidad, con sacerdocio, capillas y templos, fundado por Comte. Pero hay también un abismo en cuanto a la política práctica de uno y otro frente a la Iglesia Católica. Quiso Comte que el culto católico sirviera de modelo para el de la Religión de la Humanidad, haciendo capitulo fundamental de la adoración a la Virgen María. Quiso aun una “alianza” espiritual y moral con el catolicismo, y dentro de éste en especial con los jesuitas. La misma alianza del positivismo con el catolicismo fue defendida por su discípulo Laffitte (supuesto introductor de Batlle en el comtismo, a raíz de haberlo éste escuchado ocasionalmente en París). Llegó a decir Laffitte: “Pero es necesario precisar más, indicando algunas cuestiones en que un abismo separa sus ideas de las ideas de Batlle.

Sólo por una lamentable confusión se ha podido ver en el pensamiento de Batlle la influencia del comtismo, doctrina que, a diferencia de lo ocurrido en otros países de América, no tuvo ninguna acción en el Uruguay. Nuestro fuerte positivismo de fines del siglo pasado procedió enteramente del evolucionismo sajón de Darwin y Spencer. El ideario de Batlle no derivaba de Comte, pensador a quien no lo relacionó ningún vinculo, ni en la filosofía teórica ni en la filosofía práctica. Pudo, por otra parte, ese ideario, no derivar de ningún pensador o escuela en parte, ese ideario, no derivar de ningún pensador o escuela en particular, forjándose con elementos ideológicos que, en verdad, estaban en el aire de la época. Sin embargo, sabemos que hubo un libro que en este plano ejerció en Batlle una influencia fundamental.

BATLLE Y LA OBRA DE AHRENS

Ese libro fue el Curso de Derecho Natural del ya nombrado krausista Ahrens. Lo sabemos  por el propio Batlle, quien en 1913, en plena segunda presidencia, configurada ya entera su personalidad de estadista, anotó un ejemplar de dicha obra nada menos que con estas palabras:

“Este ejemplar de la obra de Ahrens me ha sido regalado por Areco. Es un obsequio que aprecio mucho, porque en esta gran obra he formado mi criterio sobre el derecho y ella me ha servido de guía en mi vida pública” – JBO – 1913”.

En nuestro citado libro sobre este tema publicamos por primera vez este autógrafo, incluso con su reproducción facsimilar. Mencionamos allí diversos testimonios corroborantes. A ellos añadimos hoy el del doctor Alfredo L. Palacios. Nos ha referido estos días que años antes de 1913, en una entrevista que tuviera con Batlle, le preguntó concretamente qué libro había influido más en él. Después de meditar un instante, Batlle le dio esta categórica respuesta: “el Curso de Derecho Natural de Ahrens”.

Esa obra, expresamente antipositivista, expresamente anticomtiana, inspirada del punto de vista filosófico en el espiritualismo de Krause, es, en efecto la fuente directa del ideario de Batlle. Repetimos aquí lo que hemos dicho antes: “Embarcado en la corriente espiritualista nacional de fines del siglo, de la que el krausismo fue una de sus dos grandes fuentes, no puede sorprender que Batlle y Ordóñez se haya sentido atraído por la obra de Ahrens. Sería forzado pretender explicar la totalidad de su acción pública por las doctrinas sustentadas en ella. Sería igualmente forzado pretender que la totalidad de estas doctrinas fueron adoptadas por él. Pero es forzoso tomar a dicha obra como su fundamental inspiración en el campo de la filosofía práctica, desde el momento en que el citado autógrafo resulta confirmado al confrontarse su acción de político y de estadista con el contenido doctrinario de aquella”.

La concepción de las relaciones internacionales, la concepción del Estado, el principio de autonomía en el campo de la administración, las ideas sobre las relaciones entre el capital y el trabajo, sobre el derecho de propiedad, sobre la legislación social, sobre las relaciones entre Estado e Iglesia, sobre laicismo educacional, sobre matrimonio, divorcio, filiación natural y sucesión, expuestas en la obra de Ahrens, coinciden sustancialmente con las que Batlle sostuvo y realizó. En la imposibilidad de pormenorizar el asunto en esta nota, volvemos a remitirnos a nuestro citado trabajo, y, desde luego, al propio Curso de Ahrens. Este libro, cuya primera publicación es de 1839, recibió su forma definitiva en la edición de 1868, o sea, relacionándolo con el proceso nacional, en el primer año del gobierno de Lorenzo Batlle, el padre de Batlle y Ordóñez. No obstante su lejana data, están allí anticipadas muchas de las reformas jurídicas, políticas y sociales que se cumplen en el Uruguay en el siglo XX. Es merecedor, por eso, de un interés que, por gracia de las confusiones que han venido reinando, no se le ha prestado todavía. La versión del positivismo y comtismo de Batlle, arraigada en libros y cabezas, sigue haciendo daño.

Cuanto aquí se ha dicho sobre las ideas filosóficas de Batlle, es tan ajeno a una reivindicación doctrinaria del personaje como a una polémica en su contra. Perteneciendo nosotros a un partido adversario tradicional del suyo, acaso no sobre la aclaración. Se ha tratado sólo de establecer la verdad en un importante capítulo de la historia de las ideas en el país.

(*) Abogado, filósofo e historiador de las ideas (1912-2003)

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